Donnerstag, 25. Februar 2010

Nina Nolte . Una Mirada sobre el Edén


UNA MIRADA SOBRE EL EDÉN

La obra de Nina Nolte, aunque no lo parezca, es utópica. Ella nos trae un mundo previo al de la expulsión del Paraíso con vestimentas y actitudes estrictamente contemporáneas, del mismo modo en que los Maestros del Renacimiento y del Barroco hacían figurar con ropajes y ademanes de la época a personajes extraídos de la Mitología o de la Biblia. Hay, entonces, en Nina, una voluntad irrenunciable a dos principios: la figuración, tantas veces denostada y hasta dada por definitivamente muerta, y la contemporaneidad. Pero sin perder de vista, nunca, esa visión edénica de la Humanidad. Viendo sus pinturas, y pese al descrédito que ha caído sobre la Pintura en detrimento de las más recientes y menos convencionales técnicas artísticas, nunca se podrá presumir que la persona retratada tiene un reverso oscuro. Más aún, esa inocencia nunca perdida no se traduce en candor, sino en serenidad, en dignidad, como en los maravillosos retratos con un dibujo que debe tanto a Ingres como a Durero. Es decir, en la conciencia de la plenitud de la vida y en las promesas del instante.

Hagamos un ejercicio de ficción: imaginemos a Eva ese primer día de su vida, veámosla camino del árbol del Bien y del Mal. Y en sus manos no pongamos la manzana fatídica, sino un pincel o un lápiz. Alrededor del árbol peligroso, pero de frutos tan dulces, habrá caléndulas alborotadas por el vuelo gozoso de abejas. Y Nina las retratará, como si se tratara del semblante de un duque del Quattrocento pero con colores puros y vibrantes. Y después, viendo que efectivamente era bueno, por no desprendernos del todo del estilo del Génesis, se acercará a su compañero, bajo un sol radiante, y también lo pintará. Así es justamente cómo cualquier espectador puede tener acceso a la pintura de Nina Nolte, una llave propia para entrar en su paraíso de pureza perfecta.

Sin embargo, deudora como es de una tradición propia, la alemana, hay un rigor que hereda directamente de la Neue Sachlichkeit, conocida entre nosotros como Nueva Objetividad, de la que toma la preferencia por la definición de las formas, por su exactitud, pero sin el componente amargo, y hasta agrio, presente en ese movimiento. Podríamos decir, incluso, que Nina Nolte sumerge las pinturas de la Nueva Objetividad en las piscinas californianas, hendidas de reconfortantes reflejos del sol, de David Hockney. Un ejemplo de esta concepción son los dos lienzos titulados Cherubini, pero también se puede aplicar a sus retratos de grandes dimensiones. El resultado será, y es, sorprendente: una realidad que renuncia a las minucias hiperrealistas pero que alcanza a representar la plenitud de los cuerpos, la dignidad impoluta, la elegancia sencilla, la esencialidad de la carne, la celebración del instante. Ese instante eterno en que brillan las copas y las botellas, detenidas de manera que parecen absueltas de tener que vaciarse.

Todo ello resulta, en un mundo de vértigo y ajetreo, muy de agradecer. Como si estos cuadros nos redimieran de nuestros errores y culpas. La pintura, al ser imagen detenida en el tiempo, propicia, cuando se trata de obras de calidad, momentos en que nos es dado asomarnos a la eternidad, a un tiempo fijo y sin fuga. En el caso de Nina Nolte, esa eternidad, entendida como atemporalidad inmóvil, es notoria. Ella nos entrega flores y personas, paisajes y plantas, animales y modelos posando altaneros o reposados. Y siempre confiados. De este modo Nina hace de cada motivo, de cada tema, una pieza hipnótica, realzada por los fondos neutros de color que producen efectos cromáticos dentro de la mejor pintura pop. Así, cada cuadro suyo se convierte en una pintura votiva, en un icono sagradamente laico, una oportunidad para descubrir la belleza que anida, sigilosa, en cada objeto, en cada persona, sin llegar a la renuncia en el ahondamiento psicológico que se puede dar, por mencionar un pintor pop, Alex Katz.

Decía Lucrecio que había lágrimas en las cosas (sunt lachrymae rerum), y esa óptica es la que puede adjudicarse, sin apartarnos de la tradición germánica, en el expresionismo. A cambio, otro alto poeta, malagueño y actual, Rafael Inglada, pedía que sirvamos junto a las flechas, los pájaros. Y justamente esto es lo que hace Nina, ofrecernos los pájaros, pero los pájaros vivos y relumbrantes, antes del disparo de la saeta, como en el retrato de la gallina Emma que sobre el fondo de un anochecer incierto ostenta una prestancia que más que a un ave de corral correspondería a un dragón. Entre la desdicha y la celebración, Nina opta por el festín de los sentidos, por la exaltación de la vida y la presencia de la belleza. Como debiera haber sido en el jardín del Edén. Estamos ante la mirada inocente enfocada sobre la inocencia antes de que la serpiente comenzase su deslizamiento silencioso sobre la hierba. Una hierba en la que las primeras huellas son las Nina Nolte.

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